sábado, 4 de junio de 2011

La puerta


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La puerta era de un color indefinido debido a las capas de pintura que llevaba sobre ella. Las últimas habrían sido, sin duda, una mezcla de restos que se fundieron en un pequeño bote abollado, con la ayuda de un palito de madera. El pincel que se utilizó para aplicarla, tendría oxidada la virola rayada que sujetaba sus pelos, entre ellos restos de colores de otros veranos.
Los matices de color de la puerta, oscilaban entre el marrón, el verde y el amarillo, según el día en que apoyaras tus manos o tu mejilla en su rugosa superficie, y la rejilla situada en la parte superior de su entrepaño, llevaba cuatro pequeños cristales empañados.
Atravesaban el batiente de la puerta los cuerpos de dos niños desde sus lados contrarios. La puerta era frágil, nada pesada y separaba la lluvia de la humedad interna, al viento de su sonido, a la sed de las manzanas. 

Tiene la puerta un secreto que se deposita sobre los restos de la inocencia. Una voz de sangre que como un hechizo, perdura en la cara interna de la muñeca de quien provoca la escritura, que surge temblorosa, del agua de este recuerdo. 


Felicidades. Este es mi mayo retrasado.
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